domingo, 25 de marzo de 2012

Oe temblor...

Yo me sé como un hombre débil. Mi carácter cede a una no poca cantidad de circunstancias que hace que piense las cosas más de una vez. ¿En serio quiero verme envuelto en una pelea de cantina? Entonces pienso realmente las consecuencias de arrojarme contra algún ebrio a riesgo de que me caiga un botellazo en la cabeza. ¿Realmente me defendería ante un asaltante? Entonces medito y reflexiono profundamente...

Lo que sucedía era que me detengo a pensar tanto que cuando realmente llego alguna conclusión resulta que ya vaciaron mis bolsillos.  Cuando una pelea se avecina y resulta que puedo verme comprometido , suelo meditar bastante y cuando me doy cuenta, la pelea ya acabó...

¡¡Fenomenal!! ¡¡Y no moví ni un pelo!!(yo sería algo así como el que está oculto bajo la barra)

Ciertamente, estas tareas suponen fuerza y valentía, de las cuales carezco. Esto no me hace ningún pusilánime, simplemente mi cerebro sopesa las capacidades que tengo y las confronta con las capacidades que me exigen las circunstancias. Entonces mi cerebro sentencia que es mejor sobrevivir.

Y no hacer nada al respecto

¡¡Y el sistema funciona porque sigo vivito y coleando!!

Pero esto solo funciona cuando las circunstancias están allí y yo veo si quiero intervenir o no. ¿Qué pasa cuando sucede completamente lo opuesto?  Yo estoy allí muy tranquilo y de repente las circunstancias alevosas y malvadas me embisten. Por ejemplo en un temblor.

-la-la-la-la- qué feliz que estoy

*todo empieza a zamaquearse*

-¡¡Temblor!!

Pero no hay tiempo para meditar al respecto. No hay valoración alguna que más notable que la única idea que salir disparado.

Entonces uno emprende la huida abandonando todo lo querido y lo preciado detrás (al perro, al gato, hermanos, los padres y a la abuelita)

Porque cuando las cosas se ponen aterradoras uno no cree en nadie y  si te acuerdas de alguien, ese alguien es Dios (ay diosito ayudame, plisito, he pecado mucho).

Algo así sucedía  hace ya algunos años cuando algún volcán estallaba y la gente lo atribuía a la cólera infinita de los dioses y, en vez de correr lo más lejos posible de los líquidos mortales y vapores tóxicos que venían a freír y ahogar a los incautos más cercanos, decidían sacrificar vírgenes (que más o menos igual que en estos tiempos no habían muchas). Lamentablemente esto tenía nula o casi inexistente eficacia dejando a las personas como alegre gente petrificada (como lo que sucedió en Pompeya).

Porque la moraleja aquí es hay que ser bastante valiente o temerario para quedarse en casa durante los temblores o para enfrentarse a los contrincantes durante peleas de cantina, inclusive, para evadir algún robo, pero sobrevivir no exige muchas virtudes... 

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