viernes, 10 de mayo de 2013

Digo seguro que todo es dudoso

Aristófanes, famoso comediógrafo griego, ya había advertido ,en muchas ocasiones, un aspecto de la vida que a través del devenir de las épocas no habría de cambiar mucho ,por no decir que se ha mantenido constante. Lo que notó fue, entonces, perdurable para la humanidad y lo formuló así: "No hay fiera más incombatible que la mujer" a lo que yo agrego : "No hay fuerza más inquebrantable que la fe". Bajo esas dos premisas podemos notar la razón por la cual es tan difícil acostarse con una monja y algo tan comparable con esto es la idea de socializarnos hoy en día.

No digo esta afirmación por encontrarme poseso de algún sentimiento alucinado ,sino porque decidí observar la sociedad- lo que requiere como elemento indispensable el análisis de las personas que viven en ella: me resulta imposible imaginar la sociedad sin gente dentro; como intentar imaginar a un cura sin sotana o a algún a un político que no sea demagogo- pero, como dice Jack el destripador, vayamos por partes. Es difícil socializarnos porque la mayoría de los seres humanos, sino todos, vivimos en oposición mutua (parafraseando un poco a Heráclito). Si uno se detiene a reflexionar,en la mayoría de las circunstancias la victoria de uno significa la derrota del otro (no existen victorias si no hay nadie a quien ganarle; su definición es "La superioridad de una lucha al vencer a un rival" Si no existe rival, no hay victoria.) La oposición mutua que menciono no significa una polarización reinante que nos subyugue a todos , estoy seguro que solo son unos cuantos, lo que sugiero es que nuestras ideas están en constante enfrentamiento (algo así como Israel vs Siria, pero sin torpedos) solo que no habrá saldo para esta rivalidad porque esta no tiene intenciones de querer detenerse y, al parecer, el conflicto dentro de nosotros mismos es imperecedero (como la estupidez que siempre amplía sus vastos horizontes hacia límites insondables que queda demostrado cuando le dices "Feliz día de la madre" a tu tía solterona) o como esa paradoja acerca de la fuerza irresistible: ¿Qué pasaría si una fuerza imparable choca contra un objeto inamovible?

Para este caso en particular la fuerza imparable la atribuiré a la razón y lo inamovible, nuestros dogmas. ¿Sacrificarías a millones de personas para salvar billones? (aquello último es de Watchem, lo sé, pero aplica perfectamente para mis intenciones) la respuesta inicial, casi espontánea, es un categórico "¡No!", y para sustentarlo, diríamos el ya tan conocido: "El fin jamás justificará los medios" (lo que, con los años venideros un periodista peruano lo adaptaría a "Solo el ruin justifica sus medios") Si es verdad tal afirmación, para los católicos (no tengo nada en contra de ellos es solo un ejemplo de una sociedad) en particular, ¿por qué sacrificar ,entonces, a un solo hombre para salvarnos a todos? Y la gente piensa en él con solemnidad y se ha convencido que aquello fue un acto de amor cuando, finalmente, este hombre es la prueba innegable de que el fin (la salvación) sí justifica los medios (la muerte de uno).¿Qué diferencia hay en el asesinato de uno, dos, tres, millones si igual es un acto indignante la idea de arrancar la vida de los ojos de los hombres? Pero, por supuesto, la idea de de que el fin no justifica los medios es una idea fuertemente arraigada a nosotros; sin embargo, la fe de bastantes personas de la sociedad radica en que el fin sí puede justificar todo.

Nos vemos envueltos en disputas, pero lo certero es que esta es una condición fundamental de la vida. Nos vemos perennemente resueltos a decidir cada paso que damos, y cada uno de estos marca una continuidad en los acontecimientos que podrían marcar nuestra vida: Como cuando uno se cansa del imbécil en regla que tiene al frente y se le pasa por la mente la fugaz idea de tramitarle una patada en el ángulo agudo lo suficientemente fuerte como para reducirlo a su mínima expresión y acabar con el martirio que debe ejecutar tal sujeto sobre los seres que lo rodean. Pero no... no hacemos tales acciones que no son bien vistas por nuestros semejantes, ni la moral, ni la ética, ni tampoco son vistas con agrado por el Estado que no dudaría en encarcelarnos. Podríamos simplemente no ir a trabajar y mandar al diablo al jefe, pero no lo hacemos. En nuestros accesos de cólera, madre de todas las rencillas, podríamos también destruir a todos nuestros semejantes, pero lo rehuimos;  nos contenemos y decidimos evitar tales licencias para guardarnos en nuestra propio temple y luego, cuando la vejez nos haya inundado el alma, sonreímos ante la muerte y no doblamos la rodilla ante Dios. Entonces morimos sin haberle faltado el respeto a nadie (que no nos hubiese importado nada que nos juzguen tales hombres y mujeres) , pero insultamos al mismísimo que dijimos creer ciegamente: ¡¡nuestra vida es poesía!! y nos mandan al infierno...

Cenizas a las cenizas
Polvo al polvo

La imagen fue tomada de Martin Wittfooth. Otoño/Adviento.

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