lunes, 23 de diciembre de 2013

Pague con sencillo

Creo que he vuelto a tocar este tema porque las circunstancias me hacen picadillo la conciencia tanto como terminó ese chofer cuando decidió estrellarse contra un muro. Las razones, las siguientes: Estaba caminando por la Av. Sucre como cualquiera (con dos piernas), y a mi costado había una chica muy atractiva. Entonces, un conductor ,de los muchos buses que pasan por la transitada vía, decidió gritarle un "piropo": "Uy, mamasita, tú con tantas curvas y yo sin frenos". No hay verdad mayor que la que ese hombre había acabado de decir justo antes de convertirse en añicos. El resultado de las investigaciones policíacas indicaron que, efectivamente, se le habían vaciado los frenos. Y creo que eso me llevó a escribir las lineas de abajo. Espero que les guste...

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Generalmente la gente está esperando el micro en el paradero y, cuando ya lo ven a lo lejos, estiran el brazo para que el auto correspondiente se detenga y así sea más accesible ingresar al vehículo y no signifique el suicidio (porque está comprobado que también podemos detener el vehículo con perfectos resultados si nos aventamos contra él- porque si el vehículo se avienta contra nosotros resulta que el auto fuga más rápido). En todo caso lo que deseamos es mantener la integridad de nuestra persona ,al menos hasta que lleguemos al trabajo. De esta manera, hasta el simple hecho de tomar el auto ya toma, a lo mínimo, muchas variantes. Por ello, las cosas se ponen realmente alucinantes cuando este hecho común empieza a expresarse de diversas maneras.


Como cuando uno estriba el brazo y el conductor no tiene intenciones de detenerse y sigue con el pie enterrado en el acelerador y pasa de uno. Entonces, nos quedamos reducidos al pasmo con una cara de imbécil (de ese tipo de rostros que es capaz de reconocerse a nivel internacional) al ver que el bus lo ha "mandado lejos" en toda su metáfora, porque usted, efectivamente, no se ha movido ni un centímetro del paradero. Entonces toda la esperanza que depositamos en el hecho de que el vehículo va a detenerse de repente se disipa (como cuando contamos con los amigos y estos nos abandonan a la suerte en los momentos más necesitados...). Pero lo cierto es que el brazo aún se mantiene erguido esperando al auto inexistente con la mirada fijada en el vació más profundo que nos pueda brindar nuestra conciencia.

Ahora bien, existen dos posibilidades: esperamos otro auto (con toda la dignidad y solemnidad del mundo) o corremos de detrás del susodicho (y perdemos todo tipo de respeto). Las consecuencias que nos brinda la primera opción no nos proveen de más pormenores que las que tenemos cuando esperamos el segundo carro mientras estamos maldiciendo al conductor del auto anterior,  a sus hijos, a sus hermanos, a su jardín, a su vaca ,etc. La segunda posibilidad; en cambio, nos ofrece una variedad de situaciones, como las siguientes: Corre detrás del auto mientras este sigue en su carrera y nos abandona por segunda vez (y nos deja en ridículo), perseguimos al auto en su fuga y este se detiene para acogernos en su vientre de metal retorcido y pasajeros multiformes (aún mantenemos algo de respeto), corremos detrás del auto, este marcha en retroceso y nos aniquila (nos deja sin respeto, en ridículo y nos transforma en estampilla) y más situaciones y más situaciones...

El hecho es que, invariablemente de que si corre detrás del auto o espera, lograremos entrar en el bus que nos lleve al destino que nosotros deseamos (a pesar de que ,muchas veces, ni "deseamos" llegar a ese tan dichoso destino y rogamos a todos los dioses ,existentes o no, de que por favor el carro se le baje una llanta, el motor decida entrar en esas huelgas caprichosas y dejen de funcionar, el cobrador se entere de que su chofer lo engaña con otro y se arme una escena y el auto tenga que detenerse, o , en últimas instancias, que atropelle a una vieja para que al menos el auto se detenga para arreglar el asunto: ahora la gente se pega como calcomanía al suelo y es necesario rasparla con una pala para sacarlas de en medio).

Entonces subimos...

Como ya he indicado lineas arriba el auto alberga una serie de personajes que, aunque variopintos, tienen algo en común: son los pasajeros. A parte , claro está, del ya presupuesto cobrador y chofer (conductor).

Dentro de la clasificación de los pasajeros tenemos a la Viejita indignada, aquella que se encuentra en el asiento reservado y que vive en perenne insatisfacción con la existencia (y mucho más profundo desencanto con la idea de que el cobrador y el chofer sigan con vida). Resulta que este es el personaje cuya función dentro del vehículo es hacer el trabajo dentro del mismo un asunto imposible, el aire irrespirable (porque esta desgraciada se baña en Heno de pravia o algún perfume hecho con lágrimas de niños), la paciencia agotable y la vida insufrible. Para colocar un ejemplo sobre este personaje tan particular (amado por algunos: aquellos quienes quieren la herencia y, odiado por otros: también los de la herencia, pero agregados aquellos quienes quieren fulminarla para el bien y la tranquilidad del resto de pasajeros)  tenemos que la señora (pronto occiso) se indigna por el hecho de que  el auto va muy rápido (este conductor es un energúmeno, dice la señora) se indigna porque el auto va muy lento (señor, oiga, ¿por qué mejor no se estaciona en medio de una calle y pone un letrero de "hostal" porque como vamos...), pero lo cierto es que no se puede alegrar a esta señora por algún medio concebible y razonable, lo que se puede hacer, con toda justicia, es matarla para alegrar al resto, pero digamos pues que ... bueno... A veces pienso que la vieja es , para todos los colmos, inmortal, porque tengo una vieja que se sube a mi bus a la misma hora que yo desde hace ya unos tres años y a mí ya me salió barba y esta maldita sigue como la primera vez que la vi....

También se encuentra aquel pasajero que "siempre paga un sol" y me refiero a este personaje peculiar de aquella manera, porque recurre al mismo argumento todo el tiempo y creo que a este tipo de sujetos los fabrican en serie, porque todos dicen lo mismo con el mismo tono de enfado (al parecer practicado en el espejo antes de salir). Para este último personaje no hay límite de edad (como si ocurre con el anterior). El único requisito que debe tener este personaje es que lleva el dinero contado al milímetro y que si le cobra un poco más de un sol se le está metiendo en graves predicamentos, porque este está más pobre que la familia Ingalls en el primer capítulo. Ese exceso que se le está retirando del bolsillo sirve para su almuerzo de tres soles donde la tía veneno, para su pasaje de regreso o cuanto motivo lo conduzca hacia los senderos del desconcierto cuando se le quiere cobrar unos céntimos más.

Otros personajes importantes en este tema que nos reúne son quienes se sientan en la parte trasera del bus para darnos la fe de que hasta ahora la idea de la vieja indignada con este asunto del hostal quizás sea más bien aplicable. Hablo por cuenta mía a este respecto, porque ahora yo soy el enojado con la humanidad y más enojado aún con los dos bastardos que me perturban el paisaje allá al fondo. Simplemente la gente no debería demostrar cuantas ganas le tiene a su pareja en los espacios públicos y mucho menos ante un verdadero canalla que tiene un blog. Entonces, mientras uno solo quiere ir a su destino sin mayor predicamento del que ya se tiene en la existencia tengo a quienes están creando, con bastante ingenio, nuevas poses del Kamasutra (inéditas y nunca antes vistas-necesarias de apuntar para la posteridad y para el conocimiento humano)... desgraciados...váyanse al Hotel Happy (ese que se encuentra en la intersección de la Av. Brasil con la Av. Javier Prado Oeste).

Una vez me pasó una anécdota bastante interesante, el asunto es que la vida dentro del bus se estaba tornando un poco incómoda. Esto último, tal vez era provocado porque ya no podía entrar ni un alma más al bus y el cobrador tuvo la brillante idea de dejar ingresar a una gorda. Entonces ya no notaba la diferencia entre mi persona y la del cobrador. A esta suerte (la mala que suelo tener) yo estaba sentado en la parte trasera del auto justo entre un viejito renegón y una pareja que se amaba en demasía para mi gusto. Esto es que la pareja había perdido mi aprobación, porque la pareja era horroroza y porque la mano del sujeto se perdía en una parte de las bragas de la muchacha (cuyas bragas también eran feas: nunca me gustaron los calzones amarillos). El asunto importante es que había un pequeño espacio entre nosotros los pasajeros de la parte posterior, lo suficiente como para que alguien delgado pudiese sentarse. Entonces a la gordita que había acabado de subir se le ocurrió la brillante idea de exigir su derecho al asiento y a mí se me ocurrió la idea de que esa mujer no se iba a sentar a mi lado porque eso me reduciría a terminar pegado como calcomania en la redondez de su trasero y también porque yo exigía mi derecho constitucional a la vida (porque si esta persona con su mayúscula humanidad se sentaba iba a acabar conmigo) y también exigía mi derecho a que esta señora no pueden andar caminando por la calle o subiéndose a micros con tamaña humanidad, porque nos pone en riesgo la vida de los demás y casi pone en jaque la seguridad nacional. Además está normado por ley que en estos vehículos de uso público no está permitido ingresar con bultos y lo que esa señora tenía en vez de trasero podía considerarse un  mueble o algo semejante. Entonces la trifulca comenzó conmigo en completo pasmo porque era físicamente imposible que tremenda señora pudiese sentarse en tan pequeño lugar. Como era razonable algunos pasajeros me apoyaron, esto es, el viejo que se indignó ni bien se percató las intenciones de la susodicha por querer aplastarnos a todos y otro pasajero que tenía barba, DNI, y le echaba unos treinta años pero él alegaba que tenía 14 y que estaba yendo al colegio (estaba disfrazado de escolar) para pagar desde Perú hasta México por absurdos cincuenta centavos. La gordita alegó que los demás pasajeros estábamos en la obligación moral de cederle el asiento, entonces yo le recordé que ella estaba en la obligación moral de adelgazar. La gordita se indignó como solamente una gordita herida sabe hacerlo, y me dio la espalda, respingó sus posaderas y se inclinó un poco y se fue proyectando hacia ese pequeño espacio que ella exigía como su asiento y, en vista de mi vida en peligro (como estaba en peligro la mitad de los pasajeros allí) decidí esquivar el golpe saltando de mi asiento y cayendo sobre el suelo (¿así como cuando alguien grita "granada" y todos se arrojan al suelo? Igualito). La señora terminó liquidando al anciano, a la pareja de enamorados, y a una  pobre araña que vivía debajo del asiento. También liquidó al vehículo porque el peso fue tanto que el auto terminó con el parachoques trasero por los suelos por lo que le pusieron una multa de padre y señor mío a chofer.

-¿Qué puedo hacer ante esta crueldad? - pienso en voz alta, mientras me levanto del suelo.
-Pague con sencillo- me responde el cobrador

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