viernes, 20 de abril de 2012

Decir "piropos" por la calle produce la infelicidad



Desde que se descubrió el gran éxito que tenía el sexo en el reino animal (perdón por los impotentes y otros seres que se reproducen por esporas) el ser humano ha sentido la necesidad de tener una postura al respecto (véase la imagen al lado para entender mejor el chiste). De aquí se desprende, quizás, la afirmación más arriesgada que se verá a lo largo de todo el texto: la política nació del sexo.

Sí, así es, del coito.

La fuente primordial de todo el conjunto de normas, las cuales se encargan de reglamentar la conducta del ser humano, parten del sexo. El primer acuerdo entre dos individuos.

Dejando de lado que lo más probable fue que los primeros años de la existencia de la humanidad seguro esta estuvo plagada de las mayores crueldades y asaltos sexuales. Sin embargo




Hay que ser bien cándidos para creer realmente que el asunto de la manzana se refería realmente a la fruta.




Dentro de este acuerdo (no necesariamente con la esposa del vecino, sino hablo en general) se delimitan las condiciones y situaciones ("vamos, antes de que venga mi marido") y hasta la forma (ahora que hay tanto masoquista en el mundo) e inclusive la cantidad de involucrados en el asunto, porque si se han dado cuenta para estos temas existe una suerte de acuerdo tácito (tal vez uno puede encontrar desagradable algo que a otro le encanta).

Estos asuntos de las posturas se fue haciendo tan popular que todos querían tener una postura para todo y aquí vinieron los problemas. Se creó la política y todos tenían una postura diferente (no, no me refiero a que querían ver como se desenvolvía el ministro en otros afanes), sino que querían llevar las ideas de su cama (resulta que las mejores ideas nos vienen cuando estamos acostados) al congreso y del congreso a la cama del otro.

Lo que nunca se imaginaron eran que uno no puede estar metiéndose en la cama ajena (al menos no de esa manera) lo que hace uno en su cama es cosa de uno. Como estas ideas políticas están condenadas a fracasar (para bien de la humanidad) la gente se cansó de intentar hacerlas leyes y ahora las dice abiertamente en medio de la calle, lo que nos llevó a otro problema aún peor.

La calle, como ya sabemos, es un lugar duro para la mayoría de las personas y sobre todo para aquellos quienes deciden arrojarse desde un rascacielos y terminan desparramados en la vereda que luego tienen que venir los municipales a rasparlos del suelo con una espátula porque siempre se pegan y es difícil sacarlos. Regresando a mi idea inicial, sí, la calle es dura como el concreto del que están hechas. Pero es dura sobre todo para las mujeres.

En principio hay que dejar claro mi postura al respecto: hay unas cuantas cosas a las que soy intolerante: a la lactosa y a un imbécil que grita "piropos" por la calle. Todos tenemos opiniones y demás cosas que a uno se le vienen a la cabeza (como ya dejé en claro lineas arriba), pero hay algunas cosas que no deben decirse (como ese chiste graciosísimo que se me ocurrió en el funeral del abuelo) como son los piropos que se estrellan en la faz de quienes caminan por la calle y a esto me refiero al sector de la población más vulnerada históricamente: las mujeres. Algo así le pasó a Umberto, a quien un día lo botaron de su casa entre su esposa y su suegra. Él me contó que estaba trabajando y que por la ventana pasó una señora a quién vio de espaldas. Y desde allí gritó:

-Tengo bastante sed, mi amor, y tu hueles a gatorate

Y la señora volteó a ver de dónde provenía esa voz.
Y una vez que ambos se vieron..

-¡¡Suegrita!!
-¡¡Umberto!!

Y la suegra, que ya lo odiaba, lo proyectó fuera de su casa (que él pago) para que nunca más regresara . Realmente una desgracia para él y para mi también porque el conchudo me pidió dormir en mi casa hasta que las cosas se pusieran mejor (que nunca sucede, osea que este desgraciado planeaba vivir en mi casa como invitado para to da la vida). A esta suerte que han sacado la ley contra el acoso sexual callejero.

Entonces lo expectoré de mi casa. Nadie debe andar diciendo tonterías por la calle.

Simplemente debes dejar el cuerpo de los demás tranquilos, porque aquello es un acto violento que vulnera lo más preciado que se tiene: nuestra integridad.

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