sábado, 26 de mayo de 2012

Los malentendidos


Me había llegado una noticia de que un amigo iba a irse de viaje por unos meses a otro país. En aquel momento, enterado de la novedad, cogí el celular y lo llamé.

-¿Oye, hijo de puta, cuándo viajas?
Y una voz de mujer me respondió:
-El hijo de puta está en la ducha, estás hablando con la puta.

Uff no... Qué vergüenza, por favor, que alguien me de una daga para matarme como japones. Probablemente si pudiera hacer una lista de malas experiencias estaría en el tercer o segundo puesto.

Listas de desastrosas experiencias: 
1. Acordarme de ese graciosísimo chiste en el funeral del abuelo
2. Decirles canibales a un grupo católicos cuando conversaban sobre la Eucaristía.
3. Llamar "puta" a la mamá de mi amigo (Sí, justo arriba de la núméro 4. Ser detenido por la policía frente a todos los vecinos de mi barrio porque me "confundieron" con un drogadicto)

Sí, justo  debajo de esa ocasión en que una amiga mía me presentó a sus compañeros de catequesis. La conversación era tan aburrida y hablaban de los grandes misterios y ocultos secretos de la "transubtanciación" que solo hallan respuesta en la fe que inunda sus fervientes corazones. La conversación era tan insoportable que pensé que una buena broma podría aligerar el tan pesado y sacro dialogo.

-¿Hablando de canibalismo, han visto la película "Holocausto Canibal"? Está prohibida en muchos países.

De repente, todos se volvieron el rostro con un gesto completamente inexpresivo.
Y un silencio antropófago me devoró.

Algunos católicos no tienen el menor sentido del humor.

El otro día había invitado a mi pareja a cenar a mi casa. Durante la sobremesa mi enamorada había decidido cantar algunas canciones de vena católica, lo que me parecía correcto porque, ¡vamos! en este país mayoría católica los no-católicos estamos acostumbrados a ejercer la tolerancia con ellos.

-Qué lindo, cantas Lourdes- dijo mi madre mientras se llevaba los platos a la cocina.

Ella esbozó una sonrisa mientras seguía entonando las notas de esa canción.

-Onán, ¿por qué no participas en la parroquia con Lourdes?- continuó ella desde la cocina
-Porque mamá, yo no profeso la misma religión que ella. Yo solo adoro a nuestro señor y salvador Satanás.
-¡Ay Dios mío, cállate! - entonces recordé que mi madre es santiguadora compulsiva y le había acabado de dar un ataque

De la nada, fue al baño y regresó con una botella de agua y me arrojó todo su contenido. El agua era proveniente de una antigua fuente en un cerro de Tarma del que se decía que tenía propiedades curativas porque salvaron a los antiguos tarmeños del azote de la viruela. El agua, entonces, se suponía que era bendita.

-Aquí no permitimos esas cosas, Onán.
- ¿Y qué pasó con la libertad de culto? Yo te dejo todos los días sintonizar la radio-estación Católica.

Y tiró otra ráfaga de agua.
Obviamente me quemé con ella y me derretí... Ay que ser tan tolerantes con ellos...

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